"Usted es joven y me parece que es una vida que debe de gustarle." Dije que sí, pero que en el fondo me era indiferente. Me preguntó entonces si no me interesaba un cambio de vida. Respondí que nunca se cambia de vida, que en todo caso todas valían igual y que la mía aquí no me disgustaba en absoluto. Se mostró descontento, me dijo que siempre respondía con evasivas, que no tenía ambición y que eso era desastroso en los negocios.
Volví a mi trabajo. Hubiera preferido no desagradarle, pero no veía razón para cambiar de vida. Pensándolo bien, no me sentía desgraciado. Cuando era estudiante había tenido muchas ambiciones de ese género. Pero cuando debí abandonar los estudios comprendí muy rápidamente que no tenían importancia real.
Cuando uno se encuentra con un buen libro, uno sabe reconocer inmediatamente que: 1. el libro se digerirá en su interior con extremada lentitud, y que incluso después de haber terminado las voces de los personajes seguirán resonando en su cabeza. 2. habrá de enfrentarse a preguntas y reflexiones existenciales que había tenido de manera no explícita, pero que de pronto reconocerá entre las páginas, porque los buenos libros en el fondo hablan para cualquier persona en cualquier tiempo y lugar, con historias universales y verosímiles.
Se trata de un libro redondo, corto, sencillo y brillante. Me quedo con la sensación de extraer numerosas cosas, pero de momento he decidido cortarlo en trozos gruesos y exponer lo que más me ha impresionado. No temáis; los spoilers quedarán marcados en negro: así.
Allons-y!
LA HISTORIA
En menos de diez frases, Albert Camus marca en un fuerte punto de arranque la línea de todo el libro, y podemos ya atisbar la personalidad del señor Mersault, que no nos dejará indiferentes.
Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: "Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias." Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.
Todo comienza cuando el protagonista se entera de la muerte de su madre. La duda está presente desde el principio del libro. A partir de ahí, le acompañaremos a lo largo de situaciones azarosas y decisivas en su destino. Nos metemos sin pensarlo mucho y con sencillez en la mente de este hombre, un humilde trabajador de oficina en Argel, que vive episodios más o menos cotidianos con su vecino Raimundo y su nueva amante, María. Un día, Mersault mata a un hombre.
EL PERSONAJE
Mersault es un hombre corriente, podemos decir que con una capacidad de introspección bastante escasa, carece de empatía y de espíritu crítico. Al principio llama la atención su preocupación sobre todo, como si constantemente estuviera pendiente de calibrar las acciones propias para que puedan adaptarse a ese entorno en el que viven los demás, cuyas reglas aún no ha llegado a entender del todo. Es un inadaptado, y esto se evidencia en su incapacidad para saber claramente qué cosas debería decir o qué no, o cuándo debería disculparse o cuando no, y no porque lo sienta genuinamente, sino porque intuye que es lo que se espera de él.
Pedí dos días de licencia a mi patrón y no pudo negármelos ante una excusa semejante. Pero no parecía satisfecho. Llegué a decirle: "No es culpa mía." No me respondió. Pensé entonces que no debía haberle dicho esto. Al fin y al cabo, no tenía por qué excusarme. Más bien le correspondía a él presentarme las condolencias.
ᴥ
Consultó un legajo y me dijo: "La señora de Meursault entró aquí hace tres años. Usted era su único sostén." Creí que me reprochaba alguna cosa y empecé a darle explicaciones. Pero me interrumpió: "No tiene usted por qué justificarse, hijo mío. He leído el legajo de su madre. Usted no podía subvenir a sus necesidades. Ella necesitaba una enfermera. Su salario es modesto. Y, al fin de cuentas, era más feliz aquí." Dije: "Sí, señor director." El agregó: "Sabe usted, aquí tenía amigos, personas de su edad. Podía compartir recuerdos de otros tiempos. Usted es joven y ella debía de aburrirse con usted."
No se puede decir que se sienta feliz, pero tampoco triste. Realmente no tiene opinión sobre nada. Su incapacidad para empatizar con los demás tampoco está relacionada con que sea capaz de disfrutar de los placeres de la vida: un buen baño en el mar, una noche con una mujer, una tarde en el cine.
EL ESTILO
La prosa de Camus es cotidiana. Frases cortas y sencillas, acciones. A pesar de estar dentro de la cabeza de alguien, el hecho de que esta persona tenga tan poca capacidad de introspección hace que se despersonalice la historia como si se tratara de una tercera persona, a pesar de que el narrador es el propio protagonista. Magistral. Por otra parte, tengo la sensación de que si quisiera, Camus sería capaz de hilar frases espectaculares y ricas de adjetivos y sensaciones, y aunque intuyamos ciertos relieves en algunos puntos del libro, consigue mantener el resto plano, en la línea de su personaje, creando un libro muy sencillo pero a la vez muy rico.
El sol de las cuatro no calentaba demasiado, pero el agua estaba tibia, con pequeñas olas alargadas y perezosas. María me enseñó un juego. Al nadar había que beber en la cresta de las olas, conservar en la boca toda la espuma, y ponerse enseguida de espaldas para proyectarla hacia el cielo. Se formaba entonces un encaje espumoso que se desvanecía en el aire o caía como lluvia tibia sobre la cara. Pero al cabo sentí la boca quemada por la amargura de la sal.
EL CRIMINAL
Mersault es un criminal, pero no es un monstruo. De hecho, es la persona menos introspectiva y más corriente con la que uno podría cruzarse en Argel caminando por la calle. En la vida uno no asume el automáticamente el rol del malo: a veces se encuentra de pronto en el. Mersault es un tipo corriente que ha cometido el acto de matar. En nuestra vida cotidiana asumimos la identidad como un objeto completamente definido y concreto, pero eso es tan ingenuo como pensar que uno va a pelar una cebolla, quitarle todas las capas y esperar que sus manos no se queden vacías al llegar al corazón. La identidad es difusa y se asume, y desde luego, los demás son trascendentales a la hora de asumir estas etiquetas como tal. Un hombre corriente que comete un crimen es un criminal; sin embargo, en su cabeza se siente aún como un hombre corriente. De pronto un acto lo ha definido, lo ha convertido en otra cosa. Ha cambiado su destino, e incluso su esencia a ojos de los demás.
Cuando salí, hasta iba a tenderle la mano, pero recordé a tiempo que había matado a un hombre.
Camus es capaz de expresar en frases tan sencillas y acertadas sensaciones y pensamientos tan verosímiles que uno no puede más que levantar la cabeza del libro, cerrar los ojos y paladear el momento, ese momento exacto en el que ya no estás en tu cuarto sino en un algún lugar de Argel, con hombres que te miran fijamente a los ojos, que te preguntan constantemente “¿por qué?”, y ante los cuales, con tu voz secuestrada por Mersault, no respondes lo que desean escuchar, mientras ves la frustración en sus rostros.
Todos cometemos actos en nuestra vida, y la mayor parte de las veces justificamos después de cometer los actos la razón por las que los hicimos (una costumbre del ser humano). Puede que no importen las causas en muchas situaciones, pero el acto de matar, incluso cuando uno se mata a uno mismo, es un acto social, en cuanto que trasciende en la vida de los demás. Y en un caso como este, la sociedad no se queda tranquila si no encuentra una causa.
LA SOCIEDAD
El libro comienza con el propio individuo, se abre a su interacción con los allegados más inmediatos (amante, vecinos, conocidos), hasta escalar poco a poco al concepto más abstracto de sociedad, incluyendo las instituciones (la sociedad actúa) y la prensa (la sociedad opina). Todo ello con una coherencia magistral.
A partir de la segunda parte, la obra comienza a redondear su esquema, observamos cómo hasta el episodio más banal visto anteriormente ahora tendrá importancias decisivas para el destino de Mersault. No sólo aprovecha Camus para tocar el tema de la libertad, la costumbre, la culpabilidad; sino que además refleja a una sociedad que busca motivos a todos nuestros actos, que a la hora de juzgar no señala al crimen en sí, sino al individuo mismo.
El Procurador se volvió hacia el Jurado y declaró: "El mismo hombre que al día siguiente al de la muerte de su madre se entregaba al desenfreno más vergonzoso mató por razones fútiles y para liquidar un incalificable asunto de costumbres inmorales." Volvió a sentarse. Pero el abogado, al tope de la paciencia, gritó levantando los brazos de manera que las mangas al caer descubrieron los pliegues de la camisa almidonada. "En fin, ¿se le acusa de haber enterrado a su madre o de haber matado a un hombre?" El público rió.
Es increíble ver desde dentro de Mersault, como si estuviéramos en el ojo del huracán –se siente corriente, no se cuestiona mucho lo que sucede a su alrededor, sino que lo único que le extraña durante el proceso es cómo a él, que es el autor del crimen, se le ha apartado del todo, cometió el acto por azar y no va a molestarse en inventarse nada más-, y saber que en la sociedad, desde fuera (porque todos estamos fuera, cada vez que leemos un relato sobre asesinato y pensamos que eso sólo lo cometería un monstruo, que sabía lo que hacía) ha generado una historia completamente distorsionada y ajena al protagonista, en contraposición a lo que ninguno en este mundo queremos ver: la verdad es ridícula.
Me levanté y como tenía deseos de hablar, dije, un poco al azar por otra parte, que no había tenido intención de matar al árabe. El Presidente contestó que era una afirmación, que hasta aquí no había comprendido bien mi sistema de defensa y que, antes de oír a mi abogado le complacería que precisara los motivos que habían inspirado mi acto. Mezclando un poco las palabras y dándome cuenta del ridículo, dije rápidamente que había sido a causa del sol. En la sala hubo risas. El abogado se encogió de hombros e inmediatamente después le concedieron la palabra.
LA VIDA COMO TRÁNSITO
En realidad, yo no estaba realmente en la cárcel los primeros días; esperaba vagamente algún nuevo acontecimiento.
Mersault tiene que adaptarse a posteriori al lugar al que le han llevado los acontecimientos repentinos de su vida: pasará un tiempo antes de que su madre muerta esté realmente muerta, pasará un tiempo después de haber cometido un crimen que asuma que es un criminal, y desde que le encierran en la cárcel y asume su pérdida de libertad, igualmente pasarán algunas semanas.
El extranjero lo es en todos los sentidos: constantemente se deja llevar por los acontecimientos, y desde el interior de su cuerpo observa lo que ocurre, sin juzgar ni opinar. A veces, por azar, actúa. La sociedad le reclama una causa. No tiene respuestas. Los pensamientos tan poco elaborados de Mersault, sin el tinte de la moralidad ni la deseabilidad social, revelan verdades que impactan por su absurdez y sencillez, y sirven como metáforas de muchas situaciones en nuestra vida.
Comprendí entonces que un hombre que no hubiera vivido más que un solo día podía vivir fácilmente cien años en una cárcel.
A pesar de que leí este libro en apenas dos días y que es muy corto y fácil, continúa sumergiéndose como un guijarro en el interior del océano cada vez con más profundidad. Se hunde con más y más fuerza la impresión en el alma y surgen, como ronchas provocadas por una alergia ante un alimento al que no estamos acostumbrados, las preguntas, los temores. Hemos decidido caminar por la senda de la obra –junto con otros tantos, con el autor como guía-, una senda oscura y llena de verdades, hasta en el más pequeño detalle. Se trata de un recorrido en el que cada uno posa la vista en lo que desea ver: a pesar de que millones de personas hayamos leído las mismas páginas, cada uno de nosotros ha entrado y ha salido sufriendo procesos completamente diferentes. Algunos habrán disfrutado de la marcha, y se habrán deleitado con las verdades a las que han tenido la revelación de conocer. Otros, sin embargo, habrán vuelto el rostro asustados. Pero todos hemos cruzado a través de esa línea al borde del abismo, y hemos podido asomarnos, de la mano de los grandes, a ese precipicio cuya existencia siempre hemos sospechado, pero que ninguno de nosotros se ha atrevido a mirar directamente: todo estamos condenados, y la verdad es ridícula.
Uno de los muchos clásicos que nunca encuentro tiempo para coger :(
ResponderEliminarMuy buena entrada. Y después de leerte me han entrado más ganas de intentar ponerme con El extranjero.
Un abrazo.
Nunca llegué a leer este comentario. Te lo agradezco de corazón y espero que realmente te hayas animado a ello :)
EliminarUn beso