miércoles, 21 de octubre de 2015

Albert Camus: El Extranjero

"Usted es joven y me parece que es una vida que debe de gustarle." Dije que sí, pero que en el fondo me era indiferente. Me preguntó entonces si no me interesaba un cambio de vida. Respondí que nunca se cambia de vida, que en todo caso todas valían igual y que la mía aquí no me disgustaba en absoluto. Se mostró descontento, me dijo que siempre respondía con evasivas, que no tenía ambición y que eso era desastroso en los negocios.  
Volví a mi trabajo. Hubiera preferido no desagradarle, pero no veía razón para cambiar de vida. Pensándolo bien, no me sentía desgraciado. Cuando era estudiante había tenido muchas ambiciones de ese género. Pero cuando debí abandonar los estudios comprendí muy rápidamente que no tenían importancia real.

Cuando uno se encuentra con un buen libro, uno sabe reconocer inmediatamente que: 1. el libro se digerirá en su interior con extremada lentitud, y que incluso después de haber terminado las voces de los personajes seguirán resonando en su cabeza. 2. habrá de enfrentarse a preguntas y reflexiones existenciales que había tenido de manera no explícita, pero que de pronto reconocerá entre las páginas, porque los buenos libros en el fondo hablan para cualquier persona en cualquier tiempo y lugar, con historias universales y verosímiles. 

Se trata de un libro redondo, corto, sencillo y brillante. Me quedo con la sensación de extraer numerosas cosas, pero de momento he decidido cortarlo en trozos gruesos y exponer lo que más me ha impresionado. No temáis; los spoilers quedarán marcados en negro: así.

Allons-y!

LA HISTORIA


En menos de diez frases, Albert Camus marca en un fuerte punto de arranque la línea de todo el libro, y podemos ya atisbar la personalidad del señor Mersault, que no nos dejará indiferentes.  
Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: "Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias." Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.
Todo comienza cuando el protagonista se entera de la muerte de su madre. La duda está presente desde el principio del libro. A partir de ahí, le acompañaremos a lo largo de situaciones azarosas y decisivas en su destino. Nos metemos sin pensarlo mucho y con sencillez en la mente de este hombre, un humilde trabajador de oficina en Argel, que vive episodios más o menos cotidianos con su vecino Raimundo y su nueva amante, María. Un día, Mersault mata a un hombre. 


EL PERSONAJE


Mersault es un hombre corriente, podemos decir que con una capacidad de introspección bastante escasa, carece de empatía y de espíritu crítico. Al principio llama la atención su preocupación sobre todo, como si constantemente estuviera pendiente de calibrar las acciones propias para que puedan adaptarse a ese entorno en el que viven los demás, cuyas reglas aún no ha llegado a entender del todo. Es un inadaptado, y esto se evidencia en su incapacidad para saber claramente qué cosas debería decir o qué no, o cuándo debería disculparse o cuando no, y no porque lo sienta genuinamente, sino porque intuye que es lo que se espera de él. 

Pedí dos días de licencia a mi patrón y no pudo negármelos ante una excusa semejante. Pero no parecía satisfecho. Llegué a decirle: "No es culpa mía." No me respondió. Pensé entonces que no debía haberle dicho esto. Al fin y al cabo, no tenía por qué excusarme. Más bien le correspondía a él presentarme las condolencias.
Consultó un legajo y me dijo: "La señora de Meursault entró aquí hace tres años. Usted era su único sostén." Creí que me reprochaba alguna cosa y empecé a darle explicaciones. Pero me interrumpió: "No tiene usted por qué justificarse, hijo mío. He leído el legajo de su madre. Usted no podía subvenir a sus necesidades. Ella necesitaba una enfermera. Su salario es modesto. Y, al fin de cuentas, era más feliz aquí." Dije: "Sí, señor director." El agregó: "Sabe usted, aquí tenía amigos, personas de su edad. Podía compartir recuerdos de otros tiempos. Usted es joven y ella debía de aburrirse con usted."

No se puede decir que se sienta feliz, pero tampoco triste. Realmente no tiene opinión sobre nada. Su incapacidad para empatizar con los demás tampoco está relacionada con que sea capaz de disfrutar de los placeres de la vida: un buen baño en el mar, una noche con una mujer, una tarde en el cine. 


EL ESTILO


La prosa de Camus es cotidiana. Frases cortas y sencillas, acciones. A pesar de estar dentro de la cabeza de alguien, el hecho de que esta persona tenga tan poca capacidad de introspección hace que se despersonalice la historia como si se tratara de una tercera persona, a pesar de que el narrador es el propio protagonista. Magistral. Por otra parte, tengo la sensación de que si quisiera, Camus sería capaz de hilar frases espectaculares y ricas de adjetivos y sensaciones, y aunque intuyamos ciertos relieves en algunos puntos del libro, consigue mantener el resto plano, en la línea de su personaje, creando un libro muy sencillo pero a la vez muy rico. 
El sol de las cuatro no calentaba demasiado, pero el agua estaba tibia, con pequeñas olas alargadas y perezosas. María me enseñó un juego. Al nadar había que beber en la cresta de las olas, conservar en la boca toda la espuma, y ponerse enseguida de espaldas para proyectarla hacia el cielo. Se formaba entonces un encaje espumoso que se desvanecía en el aire o caía como lluvia tibia sobre la cara. Pero al cabo sentí la boca quemada por la amargura de la sal. 



EL CRIMINAL


Mersault es un criminal, pero no es un monstruo. De hecho, es la persona menos introspectiva y más corriente con la que uno podría cruzarse en Argel caminando por la calle. En la vida uno no asume el automáticamente el rol del malo: a veces se encuentra de pronto en el. Mersault es un tipo corriente que ha cometido el acto de matar. En nuestra vida cotidiana asumimos la identidad como un objeto completamente definido y concreto, pero eso es tan ingenuo como pensar que uno va a pelar una cebolla, quitarle todas las capas y esperar que sus manos no se queden vacías al llegar al corazón. La identidad es difusa y se asume, y desde luego, los demás son trascendentales a la hora de asumir estas etiquetas como tal. Un hombre corriente que comete un crimen es un criminal; sin embargo, en su cabeza se siente aún como un hombre corriente. De pronto un acto lo ha definido, lo ha convertido en otra cosa. Ha cambiado su destino, e incluso su esencia a ojos de los demás.
Cuando salí, hasta iba a tenderle la mano, pero recordé a tiempo que había matado a un hombre.
Camus es capaz de expresar en frases tan sencillas y acertadas sensaciones y pensamientos tan verosímiles que uno no puede más que levantar la cabeza del libro, cerrar los ojos y paladear el momento, ese momento exacto en el que ya no estás en tu cuarto sino en un algún lugar de Argel, con hombres que te miran fijamente a los ojos, que te preguntan constantemente “¿por qué?”, y ante los cuales, con tu voz secuestrada por Mersault, no respondes lo que desean escuchar, mientras ves la frustración en sus rostros. 

Todos cometemos actos en nuestra vida, y la mayor parte de las veces justificamos después de cometer los actos la razón por las que los hicimos (una costumbre del ser humano). Puede que no importen las causas en muchas situaciones, pero el acto de matar, incluso cuando uno se mata a uno mismo, es un acto social, en cuanto que trasciende en la vida de los demás.  Y en un caso como este, la sociedad no se queda tranquila si no encuentra una causa. 


LA SOCIEDAD


El libro comienza con el propio individuo, se abre a su interacción con los allegados más inmediatos (amante, vecinos, conocidos), hasta escalar poco a poco al concepto más abstracto de sociedad, incluyendo las instituciones (la sociedad actúa) y la prensa (la sociedad opina). Todo ello con una coherencia magistral.

A partir de la segunda parte, la obra comienza a redondear su esquema, observamos cómo hasta el episodio más banal visto anteriormente ahora tendrá importancias decisivas para el destino de Mersault. No sólo aprovecha Camus para tocar el tema de la libertad, la costumbre, la culpabilidad; sino que además refleja a una sociedad que busca motivos a todos nuestros actos, que a la hora de juzgar no señala al crimen en sí, sino al individuo mismo. 

El Procurador se volvió hacia el Jurado y declaró: "El mismo hombre que al día siguiente al de la muerte de su madre se entregaba al desenfreno más vergonzoso mató por razones fútiles y para liquidar un incalificable asunto de costumbres inmorales." Volvió a sentarse. Pero el abogado, al tope de la paciencia, gritó levantando los brazos de manera que las mangas al caer descubrieron los pliegues de la camisa almidonada. "En fin, ¿se le acusa de haber enterrado a su madre o de haber matado a un hombre?" El público rió.
Es increíble ver desde dentro de Mersault, como si estuviéramos en el ojo del huracán –se siente corriente, no se cuestiona mucho lo que sucede a su alrededor, sino que lo único que le extraña durante el proceso es cómo a él, que es el autor del crimen, se le ha apartado del todo, cometió el acto por azar y no va a molestarse en inventarse nada más-, y saber que en la sociedad, desde fuera (porque todos estamos fuera, cada vez que leemos un relato sobre asesinato y pensamos que eso sólo lo cometería un monstruo, que sabía lo que hacía) ha generado una historia completamente distorsionada y ajena al protagonista, en contraposición a lo que ninguno en este mundo queremos ver: la verdad es ridícula. 

Me levanté y como tenía deseos de hablar, dije, un poco al azar por otra parte, que no había tenido intención de matar al árabe. El Presidente contestó que era una afirmación, que hasta aquí no había comprendido bien mi sistema de defensa y que, antes de oír a mi abogado le complacería que precisara los motivos que habían inspirado mi acto. Mezclando un poco las palabras y dándome cuenta del ridículo, dije rápidamente que había sido a causa del sol. En la sala hubo risas. El abogado se encogió de hombros e inmediatamente después le concedieron la palabra.

LA VIDA COMO TRÁNSITO

En realidad, yo no estaba realmente en la cárcel los primeros días; esperaba vagamente algún nuevo acontecimiento. 


Mersault tiene que adaptarse a posteriori al lugar al que le han llevado los acontecimientos repentinos de su vida: pasará un tiempo antes de que su madre muerta esté realmente muerta, pasará un tiempo después de haber cometido un crimen que asuma que es un criminal, y desde que le encierran en la cárcel y asume su pérdida de libertad, igualmente pasarán algunas semanas. 
El extranjero lo es en todos los sentidos: constantemente se deja llevar por los acontecimientos, y desde el interior de su cuerpo observa lo que ocurre, sin juzgar ni opinar. A veces, por azar, actúa. La sociedad le reclama una causa. No tiene respuestas. Los pensamientos tan poco elaborados de Mersault, sin el tinte de la moralidad ni la deseabilidad social, revelan verdades que impactan por su absurdez y sencillez, y sirven como metáforas de muchas situaciones en nuestra vida. 
Comprendí entonces que un hombre que no hubiera vivido más que un solo día podía vivir fácilmente cien años en una cárcel. 



A pesar de que leí este libro en apenas dos días y que es muy corto y fácil, continúa sumergiéndose como un guijarro en el interior del océano cada vez con más profundidad. Se hunde con más y más fuerza la impresión en el alma y surgen, como ronchas provocadas por una alergia ante un alimento al que no estamos acostumbrados, las preguntas, los temores. Hemos decidido caminar por la senda de la obra –junto con otros tantos, con el autor como guía-, una senda oscura y llena de verdades, hasta en el más pequeño detalle. Se trata de un recorrido en el que cada uno posa la vista en lo que desea ver: a pesar de que millones de personas hayamos leído las mismas páginas, cada uno de nosotros ha entrado y ha salido sufriendo procesos completamente diferentes. Algunos habrán disfrutado de la marcha, y se habrán deleitado con las verdades a las que han tenido la revelación de conocer. Otros, sin embargo, habrán vuelto el rostro asustados. Pero todos hemos cruzado a través de esa línea al borde del abismo, y hemos podido asomarnos, de la mano de los grandes, a ese precipicio cuya existencia siempre hemos sospechado, pero que ninguno de nosotros se ha atrevido a mirar directamente: todo estamos condenados, y la verdad es ridícula. 

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Sylvia Plath: Diarios

Autora: Sylvia Plath
Título: Diarios (The Journals of Sylvia Plath)
Año: 1995
Editorial: Alianza

Llegó a mí completamente de manera casual, hace más de un verano, mientras estaba metida en un caluroso autobús con trayecto a un pueblo del sur de España. Es muy curiosa la manera de conocer autores nuevos, ¿verdad? Puede que la prensa haya machacado ciertos nombres, que un amigo te hable maravillas del último libro que leyó, que hayas escuchado una referencia en alguna película de Woody Allen. Ella llegó a mí por casualidad, mientras buscaba entretenimiento leyendo artículos varios durante ese viaje en autobús hasta que di con este: El club de los poetas suicidas: Sylvia Plath

Muchos detalles volaron con el tiempo, y en mi memoria sólo quedaron la muerte de su padre, su obsesión por la perfección y por crear, su angustia sobre elegir, la violencia con la que le mordió la mejilla a Ted Hughes y su trágico final. 

Vi mi vida desplegándose ante mí mi vida como las ramas de la higuera verde…
En la punta de cada rama, como un grueso higo morado, me hacía señas y me llamaba un futuro maravilloso. Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos y otro higo era una famosa poeta y otro higo era una brillante profesora y otro higo era E Ge, la asombrosa editora, y otro higo era Europa y África y Sudamérica y otro higo era Constantino y Sócrates y Atila y un montón de amantes con nombres extraños y profesionales originales y otro higo era una campeona del equipo olímpico y por encima y más allá de todos los higos había muchos más que ni siquiera podía distinguir.
Me veía sentada en la horquilla de la higuera, muriéndome de hambre, sólo porque no podía decidir qué higo quería elegir. Los quería todos y cada uno, pero elegir uno significaba perder todos los demás…

Fue en otoño cuando descubrí su poesía, porque leí Canción de amor de una joven loca y sentí como si por fin alguien hubiera relatado con palabras ese rincón de recuerdos y emociones que nunca he sabido muy bien cómo contar. Lo que me encantaba de cualquier escrito de Sylvia era esa forma de adjetivar tan precisa y visual, como la manera de escribir que siempre había admirado pero nunca había encontrado del todo. Esa voz tan personal y esas palabras tan voluptuosas, que describían cosas tan sencillas e importantes como las dudas acerca del yo, la decepción, o la sensación del sol secando la piel y calentando las piedras en la playa. 
La obra de Sylvia y su figura se asomaban en mi vida de manera puntual e impactante, pero sin más trascendencia que el recuerdo de su nombre y la intuición del descubrimiento de un alma afín. 

Hasta que este mes sus Diarios llegaron a mis manos.

Comienzan a sus 18 años, con la voz clara de una joven con grandes ambiciones y muchas dudas internas, un deseo sexual muy desarrollado que se ve restringido por las constricciones sociales internas, una mente brillante que cae presa de sus demonios internos. Mientras tanto estaba leyendo otro libro, pero nada más abrir los Diarios, estos me absorbieron y ya no fui capaz de soltarlos hasta que los terminé, porque esa intuición que había tenido se desvanecía y se hacía ahora sólida, y Sylvia me hablaba a través de las páginas saltando en el tiempo y llegando a partes imposibles de mí. 

Hace cien años hubo una chica que vivía como vivo yo. Y está muerta. Soy el presente, pero sé que me convertiré en pasado. El momento culminante, la llama abrasadora llega y desaparece, siempre como arenas movedizas. Y yo no me quiero morir.

Por momentos, el ruido del mundo se disipa y bajo el silencio Sylvia se percata de la absurdez de la existencia, observa su cáscara de carne y hueso, se pregunta por el sentido de la existencia de un modo muy familiar. Ella sabe poner palabras a las cuestiones existenciales más cotidianas que todos (o al menos una, recurrentemente) hemos tenido alguna vez en la cabeza. Si el presente, lo único real, se va a diluir en forma de recuerdos almacenados en la materia gris del cerebro, si el pasado y el futuro no son más que ilusiones y únicamente existe el presente, este preciso momento de observación del propio yo como un tubo que vive experiencias y no retiene nada, entonces, ¿cuál es el sentido de la existencia? 

Nada es real, ni el pasado ni el futuro. Y si no se tiene ni el pasado no el futuro, lo que, después de todo, es la materia prima del presente, no hay ninguna razón para que no dispongas de la cáscara vacía del presente y te suicides. Pero la fría masa razonadora de materia gris que tengo dentro del cráneo y que repite como un lorito “Pienso, luego éxisto”, me susurra que siempre queda el nuevo giro, la ascensión, la orientación nueva. De manera que espero. ¿Para qué sirve ser bien parecida? ¿Para conseguir una seguridad pasajera? ¿Para qué sirve el cerebro? ¿Únicamente para decir “he visto; he entendido”? 

Se ve abocada al mundo de los adultos casi sin quererlo, de pronto ya no es un patito feo sino que se arrastra de cita en cita, de manera que en algunas experimenta una pasión que le resulta inconcebible, en otras se encuentra con el constante muro del machismo y la condescendencia hacia su persona, de muchas sale con la constante duda de hasta qué punto se trata de un juego o de algo serio que hunde el carácter. Ella sueña con alguien que sea ardiente físicamente y a la vez brillante en lo intelectual, porque, “puesto que estoy en condiciones de ofrecer esa combinación, ¿por qué no esperarla de un hombre?”

A medida que avanzo en los diarios voy doblando cada esquina de las páginas, anotando en una libreta la localización de los párrafos más interesantes. Se observa en cada entrada de su diario un talento increíble para las letras y la expresión de sus emociones, su forma de regulación para esas subidas y bajadas infernales que sufría constantemente, la escritura como terapia y justificación de su existencia; la constante paradoja del deseo de la soledad para la productividad en su escritura y la paz que da el descanso de una hueca y superficial vida social, y el anhelo de ser como las demás, tener hijos y familia y ser admirada. Cada palabra es el reflejo del alma de Plath, tan clara y expuesta que da miedo observarla, y más reconocerse en ella en ciertos aspectos, sentir a veces que el libro es un espejo. 

Durante muchísimas veces en sus diarios cuestiona su cerebro, tiene la sensación de no retener nada de lo que lee, se maldice a sí misma por no producir tanto como querría, se siente insegura intelectualmente, de manera que siente un deseo hacia un doctorado o algún medio externo que la acredite como humana sabia y funcional. Es una idea que le obsesiona: sentirse un fraude. Esto me hace pensar en la importancia que tiene cuidar el autoestima, en la visión tan distorsionada que tenemos de nosotros mismos en ocasiones. Me resulta increíble leer tales palabras de una persona tan brillante. Todo ser humano tiene sus demonios. 

Cada día que pasaba más me enfrascaba en ella, con el deseo de abarcar en mis horas cuantos más días posibles de su vida, recorrerla con la perspectiva del tiempo, descubrir qué nuevas cosas me iba a contar. 

Sus diarios son en mi opinión la mejor obra de Plath, y para mí su propia vida constituye una obra de arte, trágica, pero muy interesante y emotiva. 



lunes, 14 de septiembre de 2015

Ceremonia de inauguración.

Oscar Wilde debería estar colocado a la derecha del todo, porque quiero tener más a mano a los clásicos que más que han marcado... Pero ¿dónde Amèlie Nothomb? ¿Y Plath, y esta colección de películas y discos divinos...? ¿Cómo ordenar... por tamaño, por color, por autor, por importancia? ¡Pero si ya estáis aquí! 
No os esperaba tan temprano. Aún tengo que amueblar toda esta sala, pero no tendré problema en disfrutar de vuestra compañía. Esta es mi humilde morada. Sentaos, hay sillas para todos. Que no os asusten las paredes desnudas: espero que las colmemos juntos con hermosos conocimientos. Tomad asiento mientras tanto, y dejad en el fondo del armario vuestros abrigos; he preparado un rico té. 
En un momento estaré con vosotros. Mientras tanto... tú, si fueras tan amable, ¿podrías leer en alto este fragmento? Lo he elegido a propósito. 

Tan notable como lo que sabía era lo que ignoraba. Sus conocimientos de literatura contemporánea, de filosofía y de política parecían ser casi nulos. En cierta ocasión que yo hice una cita de Tomás Carlyle, me preguntó con la mayor ingenuidad quién era éste, y qué había hecho. Sin embargo, mi sorpresa alcanzó el punto culminante al descubrir de manera casual que desconocía la teoría de Copérnico y la composición del sistema solar. Me resultó tan extraordinario el que en nuestro siglo XIX hubiese una persona civilizada que ignorase que la Tierra gira alrededor del Sol, que me costó trabajo darlo por bueno.
—Parece que se ha asombrado usted —me dijo sonriendo, al ver mi expresión de sorpresa—. Pues bien: ahora que ya lo sé, haré todo lo posible por olvidarlo.
—¡Por olvidarlo!
—Me explicaré —dijo—. Yo creo que, originariamente, el cerebro de una persona es como un pequeño ático vacío en el que hay que meter el mobiliario que uno prefiera. Las gentes necias amontonan en ese ático toda la madera que encuentran a mano, y así resulta que no queda espacio en él para los conocimientos que podrían serles útiles, o, en el mejor de los casos, esos conocimientos se encuentran tan revueltos con otra montonera de cosas, que les resulta difícil dar con ellos. Pues bien: el artesano hábil tiene muchísimo cuidado con lo que mete en el ático del cerebro. Sólo admite en el mismo las herramientas que pueden ayudarle a realizar su labor; pero de éstas sí que tiene un gran surtido y lo guarda en el orden más perfecto. Es un error el creer que la pequeña habitación tiene paredes elásticas y que puede ensancharse indefinidamente. Créame llega un momento en que cada conocimiento nuevo que se agrega supone el olvido de algo que ya se conocía. Por consiguiente, es de la mayor importancia no dejar que los datos inútiles desplacen a los útiles.
—Pero ¡lo del sistema solar! —dije yo con acento de protesta.
—¿Y qué diablos supone para mí? —me interrumpió él con impaciencia—. Me asegura usted que giramos alrededor del Sol. Aunque girásemos alrededor de la Luna, ello no supondría para mí o para mi labor la más insignificante diferencia. Estaba ya a punto de preguntarle qué clase de labor era la suya, pero algo advertí en sus maneras que me hizo comprender que la pregunta no sería de su agrado.
Sin embargo, me puse a meditar acerca de nuestra breve conversación y me esforcé por hacer deducciones yo mismo. Había dicho que él no adquiría conocimientos ajenos al tema que le ocupaba. Por consiguiente, todos los que ya tenía eran de índole útil para él. Fui detallando mentalmente todos aquellos temas en los que me había demostrado estar extraordinariamente bien informado. Llegué incluso a empuñar un lápiz para proceder a ponerlos por escrito; cuando tuve listo el documento, no pude menos de sonreírme. He aquí el resultado:  
SHERLOCK HOLMES
ÁREA DE SUS CONOCIMIENTOS
1. Literatura................... Cero.
2. Filosofía.................... Cero.
3. Astronomía................ Cero.
4. Política...................... Ligeros.
5. Botánica.................... Desiguales. Al corriente sobre la belladona, opio y venenos en general. Ignora todo lo referente al cultivo práctico.
6. Geología............. ...... Conocimientos prácticos, pero limitados. Distingue de un golpe de vista las clases de tierras. Después de sus paseos me ha mostrado las salpicaduras que había en sus pantalones, indicándome, por su color y consistencia, en qué parte de Londres le habían saltado.
7. Química...................... Exactos, pero no sistemáticos.
8. Anatomía..................... Profundos.
9. Literatura sensacionalista... Inmensos. Parece conocer con todo detalle todos los crímenes perpetrados en un siglo.
10. Toca el violín.
11. Experto boxeador y esgrimista de palo y espada.
12. Posee conocimientos prácticos de las leyes de Inglaterra.
Llevaba ya inscrito en mi lista todo eso cuando la tiré, desesperado, al fuego, diciéndome a mí mismo: "Si el coordinar todos estos conocimientos y descubrir una profesión en la que se requieren todos ellos resulta el único modo de dar con la finalidad que este hombre busca, puedo desde ahora renunciar a mi propósito."
Estudio en escarlata (Sherlock Holmes)
 - Sir Arthur Conan Doyle



Llevo poco más de una veintena de años abriendo todas las tapas que encuentro, sumergiéndome en enciclopedias, diccionarios, folletos, novelas, relatos, cuentos, poemas, columnas de horóscopos. De pequeña me solía inventar un juego que consistía en imaginar que las letras impresas salían del papel y yo me las comía. Las sostenía con mis dedos y su tinta chorreaba. Jugosas, metálicas, eran exquisitas para el paladar. En algún punto de mi infancia dejé de utilizar la imaginación para jugar a esto. Sin embargo, las palabras seguían siendo devoradas. También me encantaban los documentales, y Saber y Ganar. ¿A quién no?
Yo era una maravillosa esponja. Así sucedió hasta mi adolescencia, donde varios libros marcaron partes de mi ser aún blandas e intactas: los últimos vestigios del cerebro virgen. Y a partir de ahí, en algún punto, mi esponjosidad desapareció. En algún momento de mi vida leí El guardián entre el centeno de J.D. Salinger y pensé: "si hubiera leído este libro un poco antes, me hubiera encantado... pero ya no soy joven. Ya no soy lo suficientemente joven." Y es que es esta la gran tragedia de la vida: has de leer mientras puedas todo lo que puedas, porque llega un momento en que tu cabeza se amuebla y sólo has acumulado cacharros al azar que no has usado, o peor, miras en el interior y te das cuenta de que no hay ni siquiera un sólo cacharro. 

Devorar libros es para mí un estilo de vida, con una experiencia y consecuencia distinta para cada libro que pasa por mis manos. Sin embargo, el problema (y es que hay un problema, si no, no habría alquilado este cuarto, ni os habría reunido aquí hoy. Me alegra que el té os haya gustado, podéis repetir si queréis) es que ya no recuerdo lo que leo. Es como si hubiera un velo entre mi cerebro y el mundo; como si tuviera los cristales empañados. He leído muchos libros, y visto muchas películas, pero a la hora de la verdad me quedo en blanco sobre ellos, o bien no extraigo todo el significado que podría. 

Hay veces en las que me domina un sentimiento expectante, como si hubiera algo, bajo la superficie de mi capacidad de entender, esperando a que lo atrape. Es una tortura semejante a la de estar a punto de recordar un nombre, pero sin lograrlo del todo. 

Diarios
 - Sylvia Plath


  • El 10% de los libros o películas que he leído me han llegado al corazón como flechas incandescentes, y ciertos fragmentos se me han quedado en el estómago grabados a fuego. Sobre todo, libros leídos de adolescente o de niña, raíces muy arraigadas: El valle de los lobos (Laura Gallego), El Principito (Saint-Exupery), Sherlock Holmes (Conan Doyle). Algunas joyas descubiertas de mayor: Amèlie Nothomb, o Chimamanda Ngozi Adichie.
  • El 40% han sido menús que me han gustado, que me han hecho pensar y desarrollar cierto afecto, pero de los que sólo recuerdo sensaciones generales, ciertas escenas, quizá. Y me repatea no saber qué decir sobre ellos ante la gente, o saber que necesito releerlos para poder recordar haberlos entendido.
  • El 35% de lo que leo lo devoro vilmente para después dejarme arrastrar por una terrible amnesia. Soy como un tubo que lo traga todo (algún día hablaremos de los tubos).
  • El 5% es el cajón de sastre de los libros o películas inacabados, ya sea por aburridos o por horriblemente escritos.


Pensaréis: "tú tienes un problema de memoria o de atención". Puede. 
Sea lo que sea, he alquilado este cuarto como extensión de mi cerebro, como organización de los muebles que hay en el mismo. Quiero saber qué decir en las conversaciones, quiero desarrollar mi propia opinión respecto a obras de arte, quiero cultivar una mente culta y brillante. Y si a vosotros también os aterra olvidar, daros cuenta de que pasáis páginas pensando en vuestras cosas y sin enteraros muy bien, si queréis aprender y entender, entonces ¡este es vuestro club perfecto!
Me encantaría arraigar las experiencias que me hayan aportado los libros, películas y música favorita, sumergirme en ellos; recomendaros obras que me hayan cautivado, artistas que me inspiren, y por supuesto, me encantaría aprender

Este es un viaje, un cambio cualitativo, es el registro de la expansión de mi mente, el descubrimiento revelador de una cita en una noche de verano. Os contaré también cómo se han relacionado ciertos libros con mi vida, por qué me siento identificada con algunos autores, y cómo descubrí a ciertos amores sin los que no podría vivir (una conversación, una referencia en otro libro, una canción por la radio...). Por cierto, adoro la radio, ha sido mi compañera durante numerosas madrugadas, me ha alimentado el cerebro con exquisitas degustaciones de emoción, conocimiento y cultura.

Hoy, mientras estaba en clase, el profesor me ha pillado distraída y me he quedado en blanco al intentar responder a su pregunta dirigida a mi. Había estado soñando despierta con esta habitación, con los libros que elegiría para decorarla, para enraizar mi conocimiento, para descubrir el mundo, tanto el presente como el pasado, para soñar con todos los futuros posibles... Así que ha de merecer la pena, esto, si por su culpa me distraigo y no atiendo en clase, porque me paso el tiempo pensando en libros que leer y películas que ver y sobre qué discurso daros a las tres personas que os habéis molestado en coger el metro de Madrid para llegar hasta aquí.

El artista busca la trascendencia, captura la vida para que no pase en balde. Con igual empeño el devorador, hambriento de arte, se sumerge en las obras, como enciclopedias vivientes de emociones humanas, expresiones y formas de comunicación. No nos basta con la afirmación constante de nuestro corazón como argumento central de la vida: I am, I am, I am (como escribiría Plath). Queremos más. 

Así que esta soy yo, una chica que quiere pulir su mente, colmarla con las cosas que le gusten, recordar los libros y películas que le gustaron y registrar su opinión sobre ellos; una joven que quiere aprender, para no quedar como una cateta ante el mundo y conservar con el mayor provecho posible el placer que obtiene al descubrir cosas. 

La puerta está abierta a todo aquel que quiera pasar, y dialogar, y dejar sus notas y añadir sus libros, películas y obras a estas estanterías que, a pesar de no ser infinitas, tienen muchísima capacidad, y que tengo la intención de poblar con mucha cabeza y mucho cariño. No dudéis en volver. Habrá pósteres bonitos también, y canciones en vinilos, y té.

Os invito. 

(Espero que haya sido un éxito, parecían convencidos... Por cierto, este club aún no tiene nombre.)